Las «tetitas de monja» el dulce más demandado en los conventos sevillanos esta Navidad
En las caballerizas del Alcázar de Sevilla, en la tradicional venta de dulces navideños de los 3.000 conventos de clausura de monjitas de nuestra ciudad, existe uno en concreto que lo está petando: las «Tetita de monja». Natural del legendario convento de clausura de Las Aldabas Reales, perteneciente a las hermanitas del Pechosanto, estos dulces se han hecho imprescindibles en las blancas navidades sin nieve de los hispalenses, que lo devoran a dos manos.
Este pastel, tipo merengue concentrado, blanco blanquísimo con mucha leche cuajati, se remonta a los años de la polca, más concretamente a los de Pedro I el cruel bailando del hoola-hop en lo alto de la torre de la Plata. Eran tiempos en que los encuentros amorosos eran harto difíciles por aquello de que todas las mozas de buen ver se encontraban encerradas por sus gentiles familias en los 300.000 conventos y novicios que poblaban la ciudad. Los mancebos, sin embargo, también eran enviados en masa a ejércitos y mesnadas, monasterios o lupanares (los más afortunados) que les impedían disfrutar de los placeres del pecado.
La única forma que tenían los jóvenes y jóvenas de antaño de acercar sus prohibidos encantos, sus recluidos deseos era mediante el desarrollo de toda una repostería, si no erótica, al menos sugerente, que recordaba los encantos de unas y otros. Así se creó el palo de nata, el hueso de santo, la bizcotela o la tetita de monja, que tanto nos gustan. Estos pasteles se enviaban de remanguillé entre mozos y mozas, a través de alcahuetas y con regalitos y notas dentro, a lo roscón de reyes, que los emplazaban en lugares adecuados para el intercambio de conocimientos sobre el arrumaco y la caricia.
El caso es que las inmaculadas tetitas e monja se han acabado este año y todavía no ha empezado la Navidad. Así nunca va a ver forma que les dé el sol.
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